Si la muerte del padre derrama indiferencia, descanso o una amalgama de emociones nada pertinentes, es que quizás no falleció “el padre”, sino una figura alternativa y fallida.
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Las banalidades son, en último término, las cenizas que llenan la urna tras nuestra incineración ¿qué somos, pues?
¿Qué sucedería si alguien anunciara con una semana de antelación su suicidio? Obviamente a las personas más próximas –las que él considera “los suyos”- sin desvelar ni el lugar ni la forma de tal acontecimiento. Simplemente para que, los que lo llorarán, tengan la oportunidad de despedirse. La cuestión no es ociosa, si consideramos que
La vejez es esa etapa en la que ya no hay reconocimiento posible de uno mismo, porque lo relevante es tan nimio que tan solo espera no haberse desvaído llegado el último hálito de la consciencia.
La muerte tiene un efecto abrumador en los que se quedan. Sienten la culpabilidad de haber faltado alguna vez al difunto y la necesidad expiatoria de halagarlo, como si los espíritus fueran a pasarles factura. Así, los homenajes son formas de aliviar la angustia de los vivos porque ensalzan la figura del fallecido y con
Somos reincidentes en ese sentir agudamente el no retorno ante la muerte y esa certeza pavorosa de que la vida ya fue y finiquitó acaso abruptamente y sin preaviso. Debiéramos aprender, de la sorpresa ajena, que lo que trazamos en un instante puede ser el legado eterno, y que las excusas que van legitimando la
La última sinfonía debería ser de tonalidad generosa, para quien brinda el honor de permanecer a escucharla.
Las aguas del Guadalquivir custodiaron tus restos, esas cenizas que ya no eras tú y que acabaron diluidas en el torrente del río. Te fuiste llagado de cáncer, con ese gesto agrio, que dejó tras de ti miedo y llanto, dolor y rabia por no doblegar tu egocentrismo ni ante un previsible final. Así te
Atenazar cada gesto, cada mirada, cada intento en nuestro momento final, se me antojó lo más trascendental que nunca habría forjado. Pero se diluía tu manifiesta expresividad y no me era posible poseer nada. Tan solo me quedaban señales luminosas en el interior, sin forma ni contorno, eran sensaciones que no sabía cómo preservar de
Epicuro, con el propósito de reducir la angustia de muchos, decía que la muerte no es de por sí temible. Si estoy vivo porque no puedo temer lo que no está presente –y es obvio que si yo estoy ella no está- Si estoy muerto porque al no estar yo, no siento nada y en