Si nada sucede en vano, todo tiene causa y fin. Nosotros títeres sin voluntad real. Si nada sucede por algo, su causa es el azar sin propósito. Nosotros libres en un cosmos inmenso que desconocemos, con voluntad saturada de querer e imposibilitada de actuar. Somos hormigas en una ciénaga ignorada.
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La coacción subrepticia ejercida sobre la voluntad de los sujetos, o bien los convierte en títeres abducidos, o, por el contrario, genera en ellos una erupción volcánica.
No puede garantizarse la presunción ingenua de que nadie desea el mal del otro, si así fuese la maldad sería directamente proporcional a la incompetencia, pero la constatación es que éste presenta un índice de crecimiento superior al conjunto de habitantes de la tierra, por lo tanto la maldad no reside en la incompetencia de
La voluntad obsesiva puede focalizarse en fines perniciosos para el sujeto. Así, tal vez sea más destructiva una voluntad ciega que los deseos que siempre declinan su intensidad.
Cuando los dedos de las manos se asemejan a gusanos que culebrean desnortados y no hay casi margen de dominio sobre ese movimiento caprichoso, empezamos a alertarnos respecto de cuántos gestos realizamos sin intervención de nuestra voluntad, por aleteo azaroso de conexiones neuronales externamente moldeadas. Si es así, ¿dónde reside la libertad?
La distancia, que un sujeto interpone con un acontecimiento, modifica su percepción emocional, pero no la anula. Desestimamos la conocida frase de la distancia es el olvido. Este, en cuanto es buscado con plena conciencia, es por definición imposible, ya que olvidar es dejar de tener en el afecto o afición a alguien o algo,
El olvido suele ser una quimera que con afán se torna obsesivo y con desdén una añoranza melancólica. No existe pues olvido a base de voluntad, ni por motivo. La memoria arropa con apego lo que sería deseado amnésico.