Si el esfuerzo intensivo y supino no garantiza el fin anhelado, lo crucial deviene el grado de elasticidad de nuestros jóvenes para sostener un fracaso no obtenido por desidia. Que los parámetros por los que evaluamos la vida sean un supuesto “éxito” social, harto cuestionable, produce un dualismo, casi sustancial, entre los integrados triunfadores y
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Si a una débil cultura del esfuerzo, gestada a base de idolatrar a jóvenes triunfadores, felices y con un poder adquisitivo regalado, la sometemos a un mecanismo continuado de competitividad para lograr el éxito social o un lugar en el mundo, podemos obtener generaciones frustradas, caracterizadas por la indefinición y adoleciendo de consistencia personal para
Cansados y hastiados ya, de vagar por un terreno baldío, hemos echado al vuelo de la disolución quimeras y utopías. Andamos hoy, en suelo firme sometiéndonos, lo admitamos o no, al imperativo de la ley del más “fuerte”, es decir, del que poseyendo poder económico dicta cualquier otra norma “ad hoc”. Nuestra pasividad efectiva es
Aquel que espera al otro en el barrizal fangoso de la ambigüedad, tal vez no halle a nadie dispuesto a sucumbir en el desatino infinito de lo dicho y actuado. Solo puede exigirse lo que se ofrece y da.
La vida puede ser un contrasentido si aquello por lo que existimos y persistimos se torna un continuo fracaso que, como un bumerán, regresa para estamparse en el rostro atónito de nuestra incapacidad.
Si convertimos la escuela en un centro de ocio, la vida será un escollo insuperable. Engañados sobre lo que implica trabajar –aunque sea estudiando- surgirá una generación con fobia al esfuerzo y al fracaso, aspectos imbricados en el vivir desde el origen de toda sociedad humana. Diagnosticaremos nuevas patologías que serán la consecuencia de una
Somos aspirantes a una plenitud fantaseada, y en consecuencia pura carencia de un fracaso anunciado.
Estrictamente hablando pudiera no haber “fracasos”. Si analizáramos la aparente dejadez o pasividad de quien no lucha por algo, encontraríamos razones relativas al querer, al poder, al miedo, al sentimiento de inferioridad que justificarían muchas de esas aparentes faltas de esfuerzo y tesón que acabamos coronando como fracasos.
No hay fracaso vital, a no ser que supongamos que vivir es un trazo rectilíneo orientado a un determinado fin o propósito. Solo desde ese supuesto adquiere sentido el concepto de fracaso, como desviación de lo previamente trazado. En esta tesitura, quizás fracase quien ha definido el tipo de línea que debe trazar la vida
Fracasamos cuando conscientes de cómo deberíamos ser, nos es imposible. No es éste un “debería” con sentido estrictamente moral, sino acorde con los compromisos que hemos asumido.