Hace unos días me topé con una viñeta en las redes en la que un señor se lamentaba de que ya nadie leía, que ahora todos escribían. Me arrancó una carcajada espontánea porque entendí que, tras esa ironía, yacía una constatación bastante verosímil. Ciertamente, solo unos pocos selectos escritores viven de las obras que publican.
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El uso del lenguaje para transmitir un determinado estado emocional es un reto ante el que la mayoría de escritores naufragan. Una única palabra resulta insuficiente, por ejemplo, para recrear la tristeza porque esta adquiere matices, intensidades, tonos y peculiaridades en cada individuo que la convierten simultáneamente en universal y encarecidamente particular, propia y singular.
Si escribiendo una novela te tropiezas con un escollo del que no puedes zafarte con maestría; es decir, generando una metáfora que dote de contenido simbólico lo narrado -más allá de la literalidad del texto-, permanece, regodéate en el transcurrir de un tiempo que la vida necesita para que puedas ver y mirar esa sustancialidad
Las diversidades de formas literarias constituyen expresiones de la variedad de experiencias del autor. Y esta solo se da propiamente donde tiene lugar la aprehensión, la captación intuitiva de lo vivenciado, que permite dar sentido y hacer comprensible lo realmente acontecido. Así, aquello que conforma el bagaje vital de quien escribe se refleja, proyecta o
Se me antoja, como si de una intuición reveladora se tratase, que escribir es un acto de egocentrismo. Si no fuese así, si no se diese ese esfuerzo de penetrar las propias pantallas reflectoras, y con él un ejercicio de centrarse en el yo, absteniéndonos de cualquier cosa que se halle en el límite externo,
La afición a la novela negra podría significar, en términos freudianos, la sublimación de nuestras pulsiones, de naturaleza inconsciente, o bien el reencuentro con héroes mediocres que consiguen resolver los casos turbios que se les platean. De cualquier manera constituye una forma de ocio que responde a necesidades nítidamente humanas y que desvelan, a su
Una página en blanco es un deseo por realizar, una amplia planicie cuyo horizonte no se divisa, un ser sin ente o la infinitud como posibilidad. Contemplarla largo tiempo nutre la esperanza.
Entre manosear y acariciar las palabras hallamos una compulsión a la escritura o una poética literaria. Por eso, “ni están todos los que son, ni son todos los que están”, porque la industria editorial ha difuminado la línea entre el burdo manoseo y el arrullo cándido.
Revisión de un texto de 2017 Aphorismós, palabra griega que significa leer y que ha derivado en nuestro término Aforismo, se refería en su origen a las reglas escritas por el médico Hipócrates, en lo que se ha conocido como el juramento hipocrático, base de los códigos deontológicos actuales. Así, surgieron con el propósito de
Todos somos el rastro de los que nos han precedido, no solo en el redil familiar sino, del acervo social y cultural del que nos hemos nutrido copiosamente, seamos conscientes o no. Por ello, cada idea, pensamiento u ocurrencia es relativamente original, ya que desde el instante en que resueltos y desprendidos de todo vínculo



