El ejercicio de la escritura no es una actividad que se nutra exclusivamente de la voluntad. Hay “un algo” indescriptible, casi inefable que genera una fluidez de ideas, palabras y, sobre todo, un decir necesario para quien escribe que nos excede, nos supera y no está en nuestras manos. No desearía hablar de inspiración porque
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Es evidente que desde posturas dogmáticas, que devienen convicciones arraigadas, no puede reconstruirse sociedad alguna. La contraposición de unos y otros solo deriva en una jaula de grillos, carente de voluntad de ningún consenso o pacto que conduzca a la mejora de la vida de las personas. La estrategia es la derrota y aplastamiento del
Quien gobierna para los potentados económicos, provoca, se enfrenta y se arriesga a que la masa resucite de su aletargamiento y se revuelva iracunda contra quien los explota y exprime excediendo el umbral de lo tolerable. Podría parecer que la quema de edificios, coches y otros actos violentos han surgido repentinamente en el seno de
¿Qué debo hacer? Se preguntaba Kant urgido por la necesidad –que respondía a su propia convicción- de hallar una forma que universalizara las normas morales. Hoy, recluido el deber en el ámbito de lo privado por una escisión nada apropiada entre individuo y sociedad, quienes siguen zarandeados por la urgencia kantiana se preguntan con una
El diálogo es un acto en el que dos sujetos desarrollan o ejercitan el Logos. Este término griego hace referencia al uso de la palabra, del lenguaje como despliegue de la racionalidad –de ahí su oposición, cuestionable pero histórica, con el Mito- De tal forma que se produce una interacción, una afectación o cuestionamiento mutuo
La crítica al desolador panorama político se neutraliza siempre con la estrategia de la identificación. Nada se deja decir desde una perspectiva algo objetiva, porque se apresuran unos y otros a desmerecer lo enjuiciado como tendencioso y malévolo. Tal vez, sea así, pero en tal caso se está evidenciando el final de la política.
Mientras la política sea un espectáculo –o un “sálvame de luxe”- la gestión de lo público, orientada al bien común, será un eco lejano innecesario para mantener el poder.
Clarea el cielo, cesa la lluvia despunta el sol; pero hay tormentas que no se despejan con esa sabia cadencia, sino que faltas de logos que las torne comprensibles continúan convulsas, amenazantes y casi infinitas.
La política democrática ya no se ocupa del interés general, sino de la lucha por el poder. El denominado bien común no es más que el temario común sobre el que glosan las campañas electorales orientadas a conseguir ese poder. No se trata por tanto de proponer proyectos posibles, sino que convenzan a los ciudadanos.
Tendemos a reclamar derechos cansinamente por ninguneados. Los básicos, que son a mi juicio los sociales y económicos sin los que difícilmente pueden ser ejercidos los civiles, conforman ya una sintonía de fondo de la que nadie se apercibe. El sistema económico único opera como un imperio sin fisuras que tiende a premiar a la
