Ayer finalizó el día con un triste noticia de esas reiterativas que parecen dejar impertérrita a la clase política, afanados en su ansia de llegar al poder. Un hombre ya mayor, poblado de canas en las zonas donde la calvicie no había hecho mella, tras treinta años de acompañar y cuidar de su esposa, aquejada
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Maldecimos la existencia que impía nos apremia a vivir, no parasitar. Y este requerimiento del que nos lamentamos nos muestra, quizás ambiguamente, como seres carentes de la voluntad, del denuedo inapelable para concluir la única alternativa que nos dignifica ¿Qué sentido tiene pues, denegar el deseo de morir a quien no puede culminar una existencia
Quien no está dispuesto a ceder su dignidad se adhiere como una lapa a la enredadera axiológica que la sustente, como fundamento básico a partir del cual puedan pender las ramas de otros valores irrenunciables. Solo el que acepta sin desdoro, otorga el merecido respeto y reconocimiento al otro, solo desde el crédito asentido se
Quien se deja arramblar por la desidia y la aflicción se petrifica en cuanto a la acción y se mortifica respecto del sentir de su estado. Cierto es que aquello que se precipita vertiginosamente sobre la condición vital parece insufrible, y a menudo lo es. Pero también, lo es, que sobrevenida la avalancha sobre la
Las condiciones de vida son, para muchos individuos, exigencias asfixiantes que les abocan a optar por las diversas formas de aniquilación que pueden imaginarse. Quien no halla su lugar por anómalo y se le niegan los medios de supervivencia que por dignidad merece, o se le excluye por constituir un apéndice pernicioso para el sistema,
Hay “aires difíciles” como aseveraba Almudena Grandes, pero también soplos compasivos o empáticos –término menos contaminado por la tradición judeo-cristiana- que se infiltran por los poros epidérmicos, persistiendo latentes y presentes, para renovar beneficiosamente nuestra percepción de la existencia y generar un cierto atisbo de esperanza. Quizás no sea sino un espejismo, una ilusión, una
Inmersos en un devenir perpetuo que no concede descanso, nos transformamos en autómatas que reaccionan al alud de intensos estímulos, de origen privado o público. Esa sutil confusión que la manipulación de las nuevas tecnologías ha suscitado entre la intimidad y la libertad. Sin duda, para confundir lo relevante con la esfera emocional e intervenir
La dignidad con la que nacemos en calidad de humanos debe ser respetada por el resto de individuos de la especie. Sin embargo, ese derecho que se nos concede, de entrada, exige su reafirmación durante el periodo vital en la medida en que nuestras acciones refuercen ese merecimiento. Es, algo así, como si un derecho
La dignidad solo puede perderla uno mismo. Los demás pueden ultrajar y cosificar, pero esas acciones arrebatan la dignidad de los que las perpetran, no de sus víctimas.
Implorar lo que nos pertenece es despojarnos de ello y reconocer la legítima usurpación por parte del otro. Por eso algunos recurren a la violencia, como acto que exige el retorno de lo propio y expoliado. Una vía intermedia sería que los agresores reconocieran su delito sin necesidad de imploración, ni de violencia. Así tal