La hipersensibilidad suele acompañarse de una capacidad empática desbordante. Esto, porque si la habilidad de sentir, incluso lo implícito e inconsciente que el otro nos transfiere, rebasa el umbral de lo que otros pueden captar, de igual forma ese exceso sensible permite compadecerse, o en términos más actuales, empatizar, es decir sufrir y sentir lo
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La lejanía nos niega la posibilidad de anudar las manos cuando la desventura parece una acechanza obsesiva, dejándonos ávidos del don de la ubicuidad y sacudiéndonos despiadadamente con despecho. Nada cabe hacer desde la impotencia de ser determinación corporal y limitada, más que desbordar empatía y compasión por aquel que, necesitándonos, añora nuestra presencia.
Hay “aires difíciles” como aseveraba Almudena Grandes, pero también soplos compasivos o empáticos –término menos contaminado por la tradición judeo-cristiana- que se infiltran por los poros epidérmicos, persistiendo latentes y presentes, para renovar beneficiosamente nuestra percepción de la existencia y generar un cierto atisbo de esperanza. Quizás no sea sino un espejismo, una ilusión, una
Persistimos, hasta el patetismo, en la búsqueda de la piedra filosofal, con la convicción de nuestra capacidad de realizar el Opus Magnum que desembocaría en una transmutación espiritual del individuo, gozando al fin del elixir de la vida, y por ende de la felicidad. El origen de esta práctica alquímica tiene al menos 2.500 años,
Quien da su vida por otros, aparece sinceramente disponible ante las necesidades ajenas, no como un mesías sino, como alguien compasivo y empático que se niega a vivir prescindiendo de las injusticias. Y es que, solo servimos de reparación a otro desde la humilde capacidad de padecer y sentir con él, por eso la com-pasión
Una reacción empática puede invadir la intimidad ajena.
Si un corazón acorazado, por una fácil y errada opción en la vida, se cree con derechos pero falto de deberes ajenos, no solo por miedo a decidir sometió y perdió el tacto de su palpitar, sino toda capacidad de conexión y empatía con lo otro. Su presente, la opacidad, que se extenderá linealmente como
Si el trato que recibimos fuese igual al trato que damos, el correctivo continuo haría de nosotros alguien menos cruel y más empático.
Cuando solo esperamos una ratificación de nuestras palabras, no porque digan verdad, sino porque manifiestan sentires, no procede desplegar una ristra de argumentaciones, sino abrazos cómplices.