En un arrabal anexo resguardo discretamente la pena, inhumada como si hubiese fenecido a base de ignorarla. Y nadie piense que se apoderó de mí la vergüenza o el pavor de traslucir debilidad ante los fisgoneos ajenos. No, es mi propio temor por sentirme poseída y embadurnada de brea líquida; esa que ennegrece el alma
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Los días se muestran porfiadamente sombríos como si de nocturnidades matizadas se tratase. Y en esa penumbra que rebosa de interrogantes inefables e irresolubles, bandeamos como títeres imprecisos en sus gestos que rastrean un algo al que aferrarse, acaso persuadidos de su necesaria presencia. Mas, agotados de esa liza dual: la búsqueda de una ficción
“Todo resulta ser cierto. ¡Oh luz, que sea esta la última vez que te contemple! Yo, que he nacido de los que no debía, he tenido relaciones con los que no debía y he dado muerte a quienes no debía” SÓFOCLES, Edipo rey, 1183-1187 El mito de Edipo[1] se construye sobre la ignorancia: la de
El dolor es una experiencia universal en los humanos que moldea y perfila formas de subsistencia más livianas. Si su origen es físico, su persistencia, desemboca en dolor psíquico que, al entrelazarse, produce una simbiosis inexorable. Si, por el contrario su generación es de naturaleza mental acaba provocando –si permanece si resolución- una somatización que
Hay quien asegura que el límite relevante con el que nos topamos los humanos es la muerte. Esta barrera infranqueable nos lleva a la búsqueda, siempre insatisfecha, de un sentido que nos permita vivir la vida, y no dejar pasar la vida. La doble actitud vital, que se deriva de la ausencia o no de
Padecemos la ausencia ineluctable, porque es lo único que –paradójicamente- hace presente lo perdido; recuperando con ese agudo dolor la imagen, el recuerdo vívido de quien se alejó, casi sin mirar atrás. Y anhelamos, ansiamos cualquier gesto que sea un indicio de que seguimos existiendo, para quien se tornó lo ausente.
El daño infringido es proporcional al dolor que se manifiesta como sufrimiento, vivencia subjetiva, de ese mal recibido. Hay quien prefiere ser causa del daño que paciente dolorido, aunque a menudo una misteriosa justicia universal, devuelve lo dado en proporciones supinas, y esa posibilidad, siempre incierta, puede aliviar el sufrimiento – quizás sea venganza, o
Las separaciones siempre resultan perturbadoras y abruptas; aunque percibamos con antelación su suceder, el corazón encogido y agazapado se escuda para no desbordarse y proyectar redes que impidan lo inevitable. Sabemos de la naturaleza caduca de todo cuanto hay en el existir, pero no nos resignamos y zarandeamos mentalmente la vida para conferirle una elasticidad
El acontecer, como lo nítidamente acuciante que han causado otros por mala voluntad, no permite el olvido y, sin éste no es veraz el perdón dado ni público, ni privadamente. Quizás porque sin posibilidad de olvidar no hay reparación del dolor, y mientras el sufrir yace sumido en el llanto ¿cómo absolver a los culpables?
Tu sonrisa es tan profundamente alegre, Amaia, que cuestiona inexorablemente ¿qué vida es esta que irá agriando tu rostro? ¿compensa un vivir que nos trasforma a base de dolor?


