Ser prudentes no es solo una virtud, sino una exigencia adaptativa consistente en preservar un cierto grado de sospecha vital. Porque quien tantea lo que le rodea, para ponderar lo que sucede, debe poseer la habilidad de dudar de lo verosímil y ejercer un intenso escrutinio sobre lo que se muestra diáfano. Esta perspicacia previene
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Ser prudentes no es solo una virtud, sino una exigencia adaptativa consistente en preservar un cierto grado de sospecha vital. Porque quien tantea lo que le rodea, para ponderar lo que sucede, debe poseer la habilidad de dudar de lo verosímil y ejercer un intenso escrutinio sobre lo que se muestra diáfano. Esta perspicacia previene
Sinuosos gestos que me embaucaban, sintiendo por ingenuidad la literalidad de las líneas que trazaban. Solo existía un lenguaje en mi mente hasta dicho momento, en el que aprendí sobre el doble sentido, lo implícito y la ironía. Ahora, leo cuanto hay subrepticiamente.
Anteriormente, de joven, la prudencia inexperta me inducía a callar más tiempo, ahora, ser adulta avanzada, la experiencia imprudente me impele a hablar antes de tiempo.
La prudencia es buena compañera del sentido común, aunque en ocasiones juntas se tornan cobardía, legitimadoras de acciones u omisiones que no ocultan más que miedo.
Ojalá el desarraigo del aquí y ahora que tensa, sin elasticidad alguna, la sujeción ciega, fuera posible. Emerger desde la llanura de barro para recuperar la distancia precisa y necesaria.