Cada uno de nosotros es diversos simultáneamente. La madre o el padre que quiere educar a sus hijos; el monstruo que fantaseamos cometiendo atrocidades; el vecino insufrible; esa amistad que cualquiera anhelaría, o la que nadie desearía; la pareja que asfixia al otro o la que le permite crecer y expandirse; el trabajador responsable y
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La conciencia esa facultad psíquica por la que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo. Esta definición no agota la problemática que contiene la supuesta facultad, ni la diversidad de maneras de entender cómo se ejerce, qué implicaciones se derivan, etc. La filosofía ha indagado ampliamente sobre la cuestión llegando a concepciones
Texto revisado de 23 febrero, 2017 Alcanzar la lucidez sobre las cosas parece una quimera abandonada por la denominada era posmetafísica, aquella en la que, denostado cualquier fundamento trascendente, se finge vivir COMO SI no los hubiera, de hecho. Es decir, afirmando la absoluta vacuidad de “algo” que pueda dar sentido al mundo, constatamos como
Si alzamos la mirada al pasado que reposa en nuestra memoria, llegados a una cierta edad, no podemos evitar hacer una ponderación de lo que ha sido nuestra existencia. Esto lo afirmo contra aseveraciones del tipo el pasado ya no está, o el futuro no existe, en consecuencia, solo tenemos el presente. Quiero recalcar que
El supuesto de un ser, un en sí mismo y auténtico que difiere de su manifestación o su aspecto que tiene su origen en Grecia, ha ido reformulándose a lo largo de la historia del pensamiento en términos fenomenológicos, en principio más congruente con la convicción de que es el sujeto quien elabora su objeto
La bestia horada las entrañas, una implosión que esparce las vísceras por doquier ha tenido lugar; al fin, era su destino. La presión soportada, a base de constituirse en el individuo impostado que todos esperaban, ha fracturado su morada interna irremediablemente. Y es que fingir que se vive, existiendo como otro que no se es,
Somos la alborada fracasada de nuestro querer. Vagamos tironeados entre lo que deseamos, nuestra pasión rabiosamente inmediata, y esa voluntad frágil que aspira a ser. ¿Por qué someternos a ese querer, a veces, tiránico con nuestra inercia al propio desahucio? No hay imperativo que nos obligue a tan alta aspiración más que nosotros mismos, a
Mientras cedemos, sin conciencia alguna, a las ráfagas virulentas que ornamentan engañosamente este incierto transitar, nos deterioramos y denigramos como entes que solo son, siendo; y precisamente es este gerundio el que nos da entidad y nos la rebana. Ya que el acto de ser nos sitúa inermes en el campo de batalla; y su









