Todos estamos en el corredor de la muerte. Unos lo saben, porque se deslizan encerrados en cubículos por esa cinta automática que nos transporta. Otros carecen de la conciencia de que nacer no es más que empezar a morir, una cuenta atrás, ya que a la vez que se crea vida se destruye. Avanzamos en
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Se evaporó enredada en una breve agonía o, tal vez, dormitaba semi-inconsciente en una espesa neblina. Sola, sin que nadie pudiera aventurar que la parca se había infiltrado sigilosa en su guarida final. Nunca podremos escudriñar cómo aconteció esa partida que a todos nos aguarda, y ese ignorar cómo fue devorada nos late a instantes,
No hay oleaje con poderío para arrostrar cuanto de antaño sedimentó en nuestra memoria. Instantes fugaces que nos irrigan de emociones benévolas, que sucedieron sin disponer de otra habilidad que rememorar esa fragancia que nos legaron a su paso. Y de esas reminiscencias vivimos, procurando alcanzar la convicción de que son esos rastros vívidos los
Maldecimos la existencia que impía nos apremia a vivir, no parasitar. Y este requerimiento del que nos lamentamos nos muestra, quizás ambiguamente, como seres carentes de la voluntad, del denuedo inapelable para concluir la única alternativa que nos dignifica ¿Qué sentido tiene pues, denegar el deseo de morir a quien no puede culminar una existencia
El fracaso vital emerge cuando logrado todo, se siente ser nada, o no-ser, o lo equivalente: una vacuidad incomprensible deudora de un malogrado sentido.
Según Franz Overbeck “Nietzsche era un genio, pero su genialidad residía en sus dotes como crítico. A este talento crítico genial le dio el más peligroso de todos los usos: la aplicación sobre sí mismo y de manera verdaderamente letal contra sí mismo. Quien se convierte como él en objeto de un talento crítico tan
Perecer puede resultar un remedio, pero nunca en el intento de vivir, pues ya no es “vida”, sino como alternativa a una existencia que no podemos elevar más allá de la mediocridad de ser, biológicamente, y estar dotados de conciencia.
La ternura es una emoción bien escasa en un mundo colmado de crueldad e insensibilidad, necesarias ambas para resistir a las contingencias ruinosas que suelen esparcirse por doquier. Pero, por fortuna, esos ínfimos, micros espacios en los que nos vemos atrapados por esa terneza vivificante, son reductos privilegiados que perduran en nuestra memoria emocional como
El insomne es como un vagabundo sin lugar, ni tiempo, quebrando los ritmos establecidos y ortodoxos. Su mente no gestiona la necesidad de lo externo, sino la vivacidad de las ansiedades que se desprenden de la ignorancia que le atemoriza. Los requiebros que forzadamente dibuja con el cuerpo, para catarsis del alma, al repensar inquietantemente
“He vivido tan poco que tengo tendencia a pensar que no voy a morir; parece inverosímil que una vida una humana se reduzca a tan poca cosa; uno se imagina, a su pesar, que algo va a ocurrir tarde o temprano. Craso error. Una vida puede muy bien ser vacía y a la vez breve.