Quien renuncia a desear se entierra lentamente en la desesperanza y la nada, porque los deseos son impulsos vitales que nos hacen sentirnos y querernos vivos para la consecución de lo anhelado. Si nos avezamos a la renuncia moralista –en ocasiones nada sustentada éticamente- vamos adentrándonos en la caverna donde aguardan los despedazados.
Etiqueta: Esperanza
Aquella época en que se exigía lo imposible porque lo posible se daba por supuesto, sucumbió a fuerza de acontecimientos reales que a jirones desangraron la utopía de una sociedad, que ni se asemejaba a las comunidades hyppie en las que se aislaron. Pero no se puede negar que inspiran una envidia sana, una añoranza,
La esperanza, reducida a la expectativa en nuestros tiempos, tiene tan corto alcance que ya sea satisfecha o frustrada está destinada al fracaso vital.
Existen danzas antiguas que recrean deseos y esperanzas, que claman contorneando rítmicamente el cuerpo satisfacciones nada antojadizas, sino necesidades físicas y espirituales que confían les sean concedidas. Son formas de implorar expresivas y contundentes, por cuanto es la mente verbalizada en el cuerpo, ambos los que reclaman. Hoy escasean este tipo de manifestaciones. No hay
Cautivados por lo posible, relegamos lo dado de facto.
Creer que ha de suceder algo favorable y deseado genera un estado de ánimo que denominamos esperanza. Esta funciona como motivo de acción y elude la desidia, ya que está ligada a un sentido que se considera real. Sin nada que esperar se disuelve la razón que nos mueve y restamos individuos ubicados frente al
Todos tenemos, alguna vez, sueños que apelan a la consecución de lo imposible. En algún rincón de nuestra mente reside ese irracional deseo que fluye en nuestras construcciones oníricas cuando más desprevenidos estamos o tal vez cuando más impotencia sentimos. Por muy pragmáticos que seamos, y por muy contundentes que nos mostremos en la negación