Sentirse progresivamente instalado en la vejez debe ser -digo debe porque solo hablo, de momento, por observación- la etapa más difícil de asimilar y reconocerse a uno mismo como tal. Recuerdo que mi madre, que murió con ochenta y dos años, se quejaba a menudo de verse obligada a estar en un lugar donde todo
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¡Cuán difícil es abstraerse de esta fílmica situación en la que nos han sumergido! Este era el lamento recurrente de Jan que, abatido por un alud que había paralizado la vida de todo el planeta, se sentía incapaz de vislumbrar un final satisfactorio de esta hecatombe. Así es que, confinado o en un subterfugio de
Un sauce llorón majestuoso proyectando una sombra que cobija a espíritus solitarios. Bajo esa umbría, entoldados y protegidos no solo de las ráfagas solares, si no de los proyectiles que con súbita inclemencia arrojan los otros. Esto evidencia que no siempre estar con alguien beneficia ni rescata de la oscuridad; más vale sostener la propia
Hay despedidas que se tiñen de ironías punzantes, que a su vez evidencian la rabia por el deseo negado que genera la separación. Indican la dificultad de aceptar un cambio esencial en la naturaleza de esa relación que se ve truncada, tal y como se había desarrollado, hasta ese punto de inflexión. Quien dramatiza o
Quien se halla recluido en el horadado vacío interior, percibe el agrio y ácido sabor de la soledad. Esa gruta donde la oscuridad resta minimizada por la ausencia absoluta y la evidencia del necesario soporte propio genera pánico, inseguridad. Así podemos recurrir al auxilio de quien desde fuera nos fortalezca y nos proteja de nosotros
“La teoría sueca del amor” es un documental que, siendo sintéticos, podríamos afirmar que de hecho muestra cómo no amar, para conquistar la independencia individual; ese ideal neoliberal que se impone como el desiderátum: la libertad y la autonomía pasan a ser los pilares para cualquier vida que aspire a ser satisfactoria. Lo contradictorio es
Hay silencios que se desbordan de tristeza porque irradian una vacuidad que desemboca en la soledad más siniestra. Aunque pudiéramos creer que de la nada no puede brotar un sentimiento de melancolía honda, tal vez, sea ese no sentir que algo en el interior nos pertenece la causa más recurrente de los que se sienten
Hay una cueva oculta, en un recodo cubierto de ramaje en el bosque, por donde ni los requiebros más sofisticados permiten el acceso a nadie ajeno, porque cualquier avispado que consiga aproximarse y tender la mano hacia el interior es expelido como una amenaza indeseable. Esta guarida se asemeja al foso interno de los desalojados,
Aquel que escribe desde las entrañas, asume una existencia de honda soledad, que le otorga el privilegio de una introspección que cabalmente se resiste. Sin embargo, no hay acceso al tuétano de nuestro yo sin sostener ese difícil existir en el olvido, encarando el reflejo de quién somos y para qué.
La melancolía latente, casi estructural, remite a la pérdida de algo amado que, siendo primario en su origen, constituía la sustancia de nuestro estar y existir. Así, el ánimo taciturno resurge, cansinamente, para recordarnos de dónde procedemos y cómo aumentamos las carencias mientras evolucionamos hacia el fin.