Me fugo, pletórica en la fugacidad que nos/me acontece. Y no es que esté anunciando una huida, en el sentido ordinario del término, sino un deseo de seguir siendo transformación continua que ignora en qué sentido o hacia dónde va. Una transfiguración sin telos, sin propósito ni fin. Dinamismo de no ser nunca quietud como
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Estamos a finales de año. Son días en que, casi sin querer, tendemos a hacer balance de cómo nos ha tratado el año que se acaba. También, como por inercia, surge en nosotros la esperanza de que el que viene sea mejor -a no ser que el viejo haya sido excelente-. Al menos, así nos
IMAGEN: Hom Nguyen https://www.facebook.com/141876642592876/photos/1871266216320568/ Nunca sabemos cuándo sentiremos que se trunca la vida y nos hundiremos en el légamo pegajoso de la desdicha. Un aldabonazo imprevisto, que nos noquea así, es un punto de inflexión del que pueden emerger una diversidad de arterias más o menos sangrantes. En esos momentos es crucial disponer de alguien
La ficción es algo cotidiano, contingencias que suceden sin trascendencia. Bien pensado, los afortunados son los que transitan por esas secuencias sustituibles, y excepcionalmente acontece algo real en sus vidas que los espolea dejando una huella indeleble. Esta incitación acostumbra a presentar diversos matices, aunque en síntesis podríamos calificarlos de positivos, neutros y negativos. La
Recupero, a raíz de las reflexiones que tuvieron lugar ayer en la MARATÓN FILOSÓFICA en relación a la cuestión del Perdón, un breve fragmento escrito en el año 2016. La relectura y revisión de este párrafo ratifica años después, que toda experiencia de la que no podemos distanciarnos para repensar su sentido y resignificarla para
Un mazo desplomándose despiadadamente sobre la testa, sin herirla ni desangrarla. Un impacto simbólico sobre la consciencia, que la remacha hasta la iniquidad, desarmándola, despojándola de toda artimaña de defensa, para dejarla inerme y a la intemperie. Un brazo invisible – ¿anónimo quizás? – que mangonea hábilmente esa clava para pulverizar, irreversiblemente, la posibilidad de
Se suceden una serie de hechos que, incluso superpuestos, producen una percepción subjetiva de confabulación cósmica contra nuestra persona. “las malas rachas”, como vulgarmente se denominan, nos pueden llevar a la creencia en un fatalismo contra el que, obviamente, es imposible luchar. Tan solo cuando se detiene ese suceder persecutorio, respiramos, descansamos y esperamos que
Se puede palidecer a causa de espantos diversos: un virus inoportuno que sacude nuestro sistema inmunológico, un acontecimiento moralmente execrable …y también por un estado de temblor nuclear, ante la incertidumbre de qué hacer con ese pálpito que cobijamos en las cuencas de las manos que denominamos vida. Sea como fuere, lo que socava nuestro
Avezados en los entresijos de la existencia, no permanecemos por ello exentos de conmovernos ante la amplitud de lo posible que deviene acontecer. Y en ese perpetuo e imprevisible estar, podría acometernos una situación insólita, semejante a la que producimos oníricamente y que se no antoja inverosímil. Como, y a modo de ilustración, descubrirnos en
(…)Si es verdad que el mundo pide ser transformado es porque hay un sentido en la realidad que pide acontecer; pero si es verdad que ese sentido pide acontecer, es que su advenimiento se ve impedido de alguna forma. (…) He aquí, pues, por qué filosofar: porque existe el deseo, porque hay ausencia en la





